julio 11, 2004
1 Cierto, he bailado de noche.
Una preciosa hacienda a las afueras de Sao Paolo, Brasil, fue la sede del XXV Congreso General de Elasticidad de Materiales. Como sucede cada año desde su primer edición (Calcuta, 1979), se han reunido a los más aventurados teóricos en física aplicada, tipos con facha de venusinos que deambulan sin decir pío en el vestíbulo de los mejores hoteles paulistas.
Inaccesibles para el ciudadano común, sus tópicos hayan tierra fértil en la termodinámica, la colorimetría y la física cuántica. Pero el encanto va más allá. Grandes firmas de la industria farmacéutica y la construcción como Tithe, Sylfaen y MV Boli se beben cada año las conclusiones del evento. En los últimos veinte años han adquirido la patente de extraños postulados que a primera vista no muestran asideros prácticos, pero tratados con el márketing correcto inspiran el proyecto de ciudades modelo como Toronto, Bawinokachi, Oslo y Santiago de Chile.
Para esta edición en Sao Paolo, la logística quedó en manos de Steven Vogel, profesor de Biomecánica en la Universidad norteamericana de Duke. Además de rotular gafetes y alistar las canastas de pan caliente para los refrigerios, Vogel se dio tiempo de reflexionar: "Una célula emplea hierro en sus reacciones químicas, pero no construye ninguna estructura metálica. Ni tampoco lo hace ningún otro organismo. Y no sabemos por qué."
La idea lo entristeció. Las mesas de trabajo fueron:
I Radiosublimación con asbesto.
II Garras, catapultas y garracatapultas.
III Epitelio inflamado en la Franja de Gaza.
IV Los polímeros como ejercicio del poder.
V Gotitas de oblación y otros transportes.
Sea por la acidez de grupos activistas —que roen la paciencia de las instituciones— o por simple temor a los desconocido, los gobiernos suelen atesorar a estas musarañas de la investigación científica, primero caricias, luego olvidándolas en el sofá. Calladitos, reciben un cheque mensual que deben firmar al reverso, según les instruye una empleada del banco. Hacendositos, firman el documento y plasman una letanía de espeluznantes matemáticas. Su cerebro —un bulbo pegosteoso— pesa 10 gramos más que el tuyo y flota en mejores líquidos.
2 Falso, no puedo tocarla.
La sorpresa de la jornada, sin embargo, llegó del cielo. Y no por lluvia. Un participante venido de Dacca, en la Bengala Oriental. Su barba era una cascada de bronce, olorosa a trigo, aunque en la Bengala Oriental el trigo está muy lejos de ser la espiga perfecta que conocemos: vergonzosos corpúsculos de yerba flaca y mal hecha que huelen a la barba sucia de los ermitaños.
Según leí en su carnet de participación, su nombre es Jesucristo Linotipo. Había permanecido muy callado hasta entonces. Pero cuando el propio Steven Vogel confesó su decepción por el bajo nivel de las ponentes y sugirió no saber qué hacer con las memorias impresas del evento, Jesucristo Linotipo dijo:
—Hermano, las agrupas, las hojeas y las empastas en cuero para la eternidad —dijo—. Ya lo leerá un menesteroso adolescente.
Una de las edecanes brasileñas, abundante de formas, bilingüe y recién echada de casa con un patadón del marido, prometió a Jesucristo Linotipo pasar la noche con él si accedía a afeitarse la barba estilo Dartagnán, pero cuando Jesucristo Linotipo dio el prehistórico Sí, la chica se fue con un biólogo de rangos menores. Deprimido y bajo el influjo de la Bayou Glass, sicotrópico traído de Panamá que se aplica en roll-on por las axilas y devela gigantescas verdades, Jesucristo Linotipo guardó silencio para escuchar a su padre:
—Hijo mío, muy amado, cada ventritrés millones de años una mujer se burlará de ti.
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